El gobierno de los 4 días
Escrito por: Luis Alvaro Chávez
Año 1872.
“¡Pueblo de Lima! Habéis realizado
una obra terrible, pero una obra de justicia”. Así fue como empezó su discurso
el presidente Manuel Pardo, luego de enterarse del siniestro acontecimiento que
miles de limeños habían perpetrado. Los cadáveres de aquellos hombres, que
habían estado colgados por horas en lo alto de la catedral, ahora estaban
ardiendo en una gran pira en el centro de la plaza. Poco a poco, el fuego iba consumiendo
la carne de los dos desgraciados cuyos cuerpos, incluso antes de arder, ya
eran completamente irreconocibles. Tal
vez en ese momento no lo sabían, pero los pobladores le estaban dando un
cruento mensaje a sus autoridades políticas y a las de futuras generaciones.
Quedaban pocos días para que el
gobierno de José Balta y Montero llegara a su fin. Las elecciones de 1872
habían dado como ganador a Manuel Pardo y Lavalle, quién se convertiría en el
primer presidente civil del Perú. Tomás, Silvestre, Marceliano y Marcelino eran
cuatro hermanos que ostentaban cada uno el rango de coronel. Cada hermano tenía
bajo su mando un buen número de tropas, exceptuando a Tomás, quien compensaba su
falta de soldados con poder político, pues era el ministro de Guerra y Marina.
Los hermanos Gutiérrez consideraban que un presidente civil atentaría contra
sus privilegios de militares. Es por esto que el 22 de julio de 1872, decidieron
tomar el poder por la fuerza y darle una estocada a la democracia.
Los hermanos Gutiérrez tomaron como
rehén a José Balta y proclamaron a Tomás como General del Ejército y Jefe
Supremo de la República. Habían vencido. En sus manos tenían a Balta, un buen
número de soldados y Tomás gobernaba el país. Lo que no consiguieron fue la aprobación
de los ciudadanos. Las protestas empezaron en el Callao y Silvestre tenía la
misión de restablecer el orden. Silvestre cumplió su cometido, pero con mucha
dificultad. Luego, el 26 de julio, se dirigió a Lima solo para encontrarse con
más manifestantes que aclamaban a Pardo y despotricaban en contra de los
Gutiérrez. En un ataque de ira, Silvestre cometió un acto que daría inicio al
final del gobierno de su hermano. Disparó con su revólver en contra de los
manifestantes, llegando a herir a un joven, pero ellos también le respondieron
con balas y una de ellas le impactó en la cabeza matándolo en el acto. No
contentos con ello, los manifestantes despojaron su cadáver de sus pertenencias
para humillarlo. Silvestre fue el
primero de los hermanos en probar en carne propia la furia del pueblo.
Ese mismo día, José Balta, quien
seguía siendo un rehén, fue asesinado en su celda. Se especula que la orden fue
dada por Marceliano Gutiérrez, como venganza por su hermano Silvestre, pero,
hasta el día de hoy, nadie puede asegurarlo con total certeza. Luego de la
muerte de Balta, Marceliano se dirigió al Callao junto con sus tropas para
intentar contener la revuelta. Por su parte, Tomás se atrincheró en el cuartel
Santa Catalina para protegerse. Pero la noticia de la muerte de Balta no hizo
más que enardecer el odio de la población y las protestas se volvieron
incontrolables.
El cuartel Santa Catalina estaba prácticamente en asedio. Los propios soldados de los Gutiérrez iban abandonando a su gobernador y se unían poco a poco a la causa popular. Tomás, al ver que sus hombres lo abandonaban, decidió huir. Trató de pasar desapercibido por la muchedumbre disfrazado de campesino, pero unos oficiales lo reconocieron y lo apresaron. Su gobierno había terminado, pero los manifestantes no querían prisioneros.
Uno de los protestantes mató a Tomás de un disparo. Su
cadáver fue colgado en la catedral junto al de Silvestre. Al día siguiente,
mientras los restos de sus hermanos ardían en la pira, Marceliano no pudo
seguir conteniendo las protestas. Una bala en la cabeza le puso fin al último
de los Gutiérrez que oponía resistencia. Su cuerpo se unió a las cenizas de sus
hermanos en la gran pira que aún ardía en el corazón de la Plaza de Armas.
Solo
Marcelino sobrevivió. El último de los Gutiérrez se había refugiado en el
Callao hasta que lo llevaron a juicio por el asesinato del presidente Balta.
Sin embargo, fue puesto en libertad unos meses después ya que no encontraron
nada que lo vincule al crimen. La historia de los hermanos Gutiérrez termina
con el discurso que el presidente electo, Manuel Pardo, brindó a los peruanos
que terminaron con el gobierno de los cuatro días: “Aquellos tres cadáveres que
se ostentan ante nuestra metropolitana, envuelven una tremenda lección que no olvidaré
jamás”.

Comentarios
Publicar un comentario